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Los ancianos tienden a olvidar cómo era el pensamiento en su juventud; olvidan la rapidez del salto mental, la audacia de la intuición juvenil, la agilidad de la perspicacia fresca. Se acostumbran a las variedades más lentas de la razón, y como esto se compensa con creces con la acumulación de experiencia, los viejos se creen más sabios que los jóvenes.