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Perdonar y reconciliarse con nuestros enemigos o nuestros seres queridos no consiste en fingir que las cosas son distintas de lo que son. No se trata de darnos palmaditas en la espalda y hacer la vista gorda ante el mal. La verdadera reconciliación expone lo horrible, el abuso, el dolor, la verdad. A veces puede incluso empeorar las cosas. Es una empresa arriesgada, pero al final merece la pena, porque sólo una confrontación honesta con la realidad puede traer la verdadera curación. Una reconciliación superficial sólo puede aportar una curación superficial.