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Los dos niños de cinco años me miraron con desconcierto y un poco de temerosa incertidumbre. De repente tuve una imagen horrible de la mujer en la que podría convertirme si no tengo cuidado: La tía loca Liz. La divorciada con el muumuu y el pelo teñido de naranja que no come lácteos pero fuma mentolados, que siempre acaba de volver de su crucero astrológico o de romper con su novio aromaterapeuta, que lee las cartas del Tarot de los niños de guardería y dice cosas como: "Tráele a la tía Liz otro enfriador de vino, cariño, y te dejaré llevar mi anillo del humor".