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Era otoño, la primavera de la muerte. La lluvia salpicaba las hojas podridas y un viento salvaje ululaba. La muerte cantaba bajo la ducha. La muerte estaba feliz de estar viva. El feto saltó sin paracaídas. Aterrizó en el césped artificial de la banda, molestando tanto a las animadoras que durante el resto de la tarde sus gritos fueron más bien chillidos.