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La conciencia inmadura no es dueña de sí misma. Se limita a repetir como un loro las decisiones de los demás. No emite juicios propios, sino que se conforma con los juicios de los demás. Eso no es verdadera libertad, y hace imposible el verdadero amor, porque si hemos de amar verdadera y libremente, debemos ser capaces de dar a otro algo que es verdaderamente nuestro. Si nuestro corazón no nos pertenece, se pregunta Merton, ¿cómo podemos dárselo a otro?