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Quienquiera que seas: al atardecer sal de tu habitación, donde lo sabes todo; la tuya es la última casa antes de la lejanía: quienquiera que seas. Con tus ojos, que en su cansancio apenas se liberan del umbral gastado, levantas muy despacio un árbol negro y lo colocas contra el cielo: esbelto, solo. Y has hecho el mundo. Y es inmenso y como una palabra que madura en el silencio. Y mientras tu voluntad se apodera de su significado, con ternura tus ojos la dejan ir.