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Pensaba en mi madre como en la reina Cristina, fría y triste, con los ojos fijos en algún horizonte lejano. Ese era su lugar, entre pieles y palacios de raros tesoros, chimeneas lo bastante grandes como para asar un reno y barcos de arce sueco.
Pensaba en mi madre como en la reina Cristina, fría y triste, con los ojos fijos en algún horizonte lejano. Ese era su lugar, entre pieles y palacios de raros tesoros, chimeneas lo bastante grandes como para asar un reno y barcos de arce sueco.