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Por lo tanto, debes guardar celosamente en su mente la curiosa suposición "Mi tiempo es mío". Que tenga la sensación de que empieza cada día como legítimo poseedor de veinticuatro horas. Que sienta como un penoso impuesto la porción de esta propiedad que tiene que entregar a sus empleadores, y como una generosa donación la porción adicional que dedica a los deberes religiosos. Pero de lo que nunca debe dudar es de que el total del que se han hecho estas deducciones es, en algún sentido misterioso, su propio derecho personal de nacimiento.