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Era curioso pensar que el cielo era el mismo para todos, tanto en Eurasia o Eastasia como aquí. Y la gente bajo el cielo también era muy parecida: en todas partes, en todo el mundo, cientos o miles de millones de personas como ésta, ignorantes unas de la existencia de las otras, separadas por muros de odio y mentiras y, sin embargo, casi exactamente iguales: personas que nunca habían aprendido a pensar, pero que almacenaban en sus corazones, vientres y músculos el poder que un día derribaría el mundo.