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Un hombre debe tener siempre preparadas estas dos reglas. Primero, hacer sólo lo que la razón de tus facultades gobernantes y legisladoras sugiera para el servicio del hombre. En segundo lugar, cambiar de opinión siempre que alguien a tu alcance te dé la razón y te desestabilice en una opinión, pero este cambio de opinión debe producirse sólo porque estés persuadido de que algo es justo o beneficioso para el público, no porque parezca agradable o aumente tu reputación.