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Dejar que Dios nos haga, en vez de intentar penosamente hacernos a nosotros mismos; seguir el camino que su amor nos muestra, en vez de por vanidad o cobardía o burla elegir otro; confiar en Él para nuestra fuerza y aptitud como hacen las flores, entregándonos simplemente a Él en servicio agradecido,-esto es guardar las leyes que nos dan la libertad de la ciudad en la que ya no hay noche de desconcierto o ignorancia o incertidumbre.