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Ya había oído hablar del Evergreen Care Center. Cass y yo siempre nos habíamos reído de los estúpidos anuncios que ponían en la tele, en los que aparecía una mujer arrastrada con una permanente lacia y grandes ojeras pintadas, bebiendo vodka y sollozando desconsoladamente. "En Evergreen no podemos curarte", decía la sombría voz en off. "Pero podemos ayudarte a curarte a ti misma". Se había convertido en nuestro propio chiste, aplicable a casi todo. "Oye Cass", le decía, "pásame esa pasta de dientes". "Caitlin", decía, su voz oscura y seria. "No puedo pasarte la pasta de dientes. Pero PUEDO ayudarte a dártela a ti misma.