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El niño, que lo hacía todo bien y con una gracia natural de la que el espectro siempre había carecido, y a quien el espectro había estado tan ansioso por ver y oír y hacerle saber (al hijo) que era visto y oído, el hijo se había convertido en un niño cada vez más oculto, hacia el final de la vida del espectro; y nadie más en el espectro y en la familia nuclear del niño vería o reconocería esto, el hecho de que el gracioso y maravilloso niño estaba desapareciendo, ante sus propios ojos. Miraron pero no vieron su invisibilidad.