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Me la llevé a la cama y me apoyé con almohadas en el cabecero para que mamara. Mientras mamaba y salía la leche, empezó a cantar en voz baja y satisfecha. Sentía que la leche y el amor fluían de mí hacia ella como una vez habían fluido hacia mí. Me vaciaba. A medida que el bebé se alimentaba, yo parecía vaciarme lentamente de mí misma, como si en presencia de aquel largo flujo de amor ni siquiera el dolor pudiera resistirlo.