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Era extraño: Cuando reducías incluso una incipiente relación amorosa a lo esencial -yo la amaba, ella quizá me amaba a mí, yo era tonto, yo sufría-, se volvía vacua y trillada, carente de sentido para cualquier otra persona. Al final, son sólo los momentos los que tenemos, el beso en la palma de la mano, el asombro conjunto ante la textura surcada del tronco de un abeto o ante la infinitud de granos de arena en una duna. Sólo los momentos.