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Mi querida, querida niña [. . .] no podemos volver atrás los días que se han ido. No podemos volver la vida a las horas en que nuestros pulmones estaban sanos, nuestra sangre caliente, nuestros cuerpos jóvenes. Somos un destello de fuego: un cerebro, un corazón, un espíritu. Y somos tres centavos de cal y hierro que no podemos recuperar.