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Allí, espiando entre las grietas de las nubes por encima de una oscura torre en lo alto de las montañas, Sam vio centellear durante un rato una estrella blanca. Su belleza le golpeó el corazón, mientras miraba hacia arriba desde la tierra abandonada, y la esperanza volvió a él. Porque como un rayo, claro y frío, le atravesó el pensamiento de que al fin y al cabo la Sombra era sólo algo pequeño y pasajero: había luz y gran belleza para siempre más allá de su alcance.