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Tenía las mejillas sonrojadas. Agarró el brazo del Salvaje y lo apretó, flácido, contra su costado. Él la miró por un momento, pálido, dolorido, deseoso y avergonzado de su deseo. No era digno, no... Sus ojos se encontraron por un momento. ¡Qué tesoros prometían los de ella! El rescate de una reina de temperamento. Apresuradamente apartó la mirada, desenganchó su brazo aprisionado. Estaba oscuramente aterrorizado de que ella dejara de ser algo de lo que él se sintiera indigno.