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Las huellas de un niño no tardan en perderse en la nieve, en la nieve que cae sin cesar del día más corto, de la noche más larga; se pierden tan pronto como se hacen. Y una vez más el brezal se viste de blanco. Y no hay fantasma, salvo el único fantasma que vive en el corazón de un niño huérfano de madre, hasta que sus huellas desaparecen.