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Pasé la mayor parte de mi adolescencia intentando descifrar las reglas de la vida, las teorías de por qué sucedían las cosas, por qué la gente se comportaba como lo hacía, y la mayoría de las veces llegué a la conclusión de que, o no había reglas, o las reglas apestaban. Leer ciencia ficción no era imaginarme una vida más emocionante y llena de aventuras, sino encontrar un mundo en el que las cosas funcionaran como yo quería.