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cuando el cielo es tan gris como éste -impecablemente gris, una negación, en realidad, del concepto mismo de color- y los millones encorvados levantan la cabeza, es difícil distinguir el aire de las impurezas de nuestros ojos humanos, como si las curvas paisley de arenilla que se hunden formaran parte del propio elemento, lluvia, esporas, lágrimas, película, suciedad. Tal vez, en esos momentos, el cielo no sea más que la suma de la suciedad que habita en nuestros ojos humanos.