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Podríamos volver", dijo. A la luz del techo del coche, su rostro parecía duro como la piedra. "Podríamos volver a tu casa. Puedo quedarme contigo siempre. Podemos conocer el cuerpo del otro en todos los sentidos, noche tras noche. Podría amarte". Se le encendieron los orificios nasales y pareció orgulloso de repente. "Podría trabajar. No serías pobre. Te ayudaría". "Suena como un matrimonio", dije, tratando de aligerar el ambiente. Pero la voz me temblaba demasiado. "Sí", dijo él.