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Los hombres más espirituales, como los más fuertes, encuentran su felicidad donde otros encontrarían su destrucción: en el laberinto, en la dureza contra sí mismos y contra los demás, en los experimentos. Su alegría es la autoconquista: el ascetismo se convierte en ellos en naturaleza, necesidad e instinto. Las tareas difíciles son un privilegio para ellos; jugar con cargas que aplastan a otros, un recreo. El conocimiento, una forma de ascetismo. Son el tipo de hombre más venerable: eso no impide que sean los más alegres y los más bondadosos.