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A veces se sorprendía a sí mismo escuchando el sonido de su propia voz. Pensaba que a sus ojos ascendería a una estatura angelical; y, a medida que apegaba más y más a él la fervorosa naturaleza de su compañera, oía la extraña voz impersonal que reconocía como propia, insistiendo en la incurable soledad del alma. No podemos darnos a nosotros mismos, decía: somos nosotros mismos.