En efecto, al oír la noticia de que "el viejo dios ha muerto", los filósofos y los "espíritus libres" nos sentimos iluminados por un nuevo amanecer; nuestro corazón rebosa gratitud, asombro, presentimientos, expectativas -por fin el horizonte vuelve a parecer claro, aunque no luminoso; por fin nuestras naves pueden zarpar de nuevo, zarpar para afrontar cualquier peligro; todas las osadías del amante del conocimiento vuelven a estar permitidas; el mar, nuestro mar, vuelve a estar abierto; quizá nunca haya habido un "mar abierto" como éste.