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No habría nadie que viviera por ella durante esos años venideros; viviría para sí misma. No habría ninguna voluntad poderosa que se doblegara a la suya en esa persistencia ciega con la que los hombres y las mujeres creen tener derecho a imponer una voluntad privada a un semejante. Una intención bondadosa o una intención cruel hacían que el acto no pareciese menos un crimen tal como ella lo contemplaba en aquel breve momento de iluminación.