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Seguimos siendo una nación joven, pero, en palabras de las Escrituras, ha llegado el momento de dejar a un lado las cosas de niños. Ha llegado el momento de reafirmar nuestro espíritu perdurable; de elegir nuestra mejor historia; de llevar adelante ese precioso don, esa noble idea, transmitida de generación en generación: la promesa dada por Dios de que todos somos iguales, todos somos libres y todos merecemos la oportunidad de alcanzar la plena medida de nuestra felicidad.