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  • El pequeño y quisquilloso Otto, con su capa de ópera negra forrada de rojo con bolsillos para todo su equipo, sus brillantes zapatos negros, su pico de viuda cuidadosamente cortado y, no menos importante, su ridículo acento que se hacía más o menos grueso dependiendo de con quién hablara, no parecía una amenaza. Parecía divertido, un chiste, un vampiro de music-hall. A Vimes nunca se le había ocurrido que, posiblemente, la broma fuera para los demás.