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Que el laberinto de arrugas se surque en mi frente con el hierro candente de mi propia vida, que mis cabellos se blanqueen y mi paso se vuelva vacilante, a condición de que pueda salvar la inteligencia de mi alma - ¡que mi alma infantil no formada, al envejecer, asuma las formas racionales y estéticas de una arquitectura, que aprenda justamente todo lo que otros no pueden enseñarme, lo que sólo la vida sería capaz de marcar profundamente en mi piel!