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Así que me levanté e hice el pino en el tejado de mi gurú, para celebrar la noción de liberación. Sentí las tejas polvorientas bajo mis manos. Sentí mi propia fuerza y equilibrio. Sentí la suave brisa nocturna en las palmas de mis pies descalzos. Este tipo de cosas, una parada de manos espontánea, no es algo que pueda hacer un alma fría y azul incorpórea, sino un ser humano. Tenemos manos; podemos pararnos sobre ellas si queremos. Ese es nuestro privilegio. Esa es la alegría de un cuerpo mortal. Y por eso Dios nos necesita. Porque a Dios le encanta sentir las cosas a través de nuestras manos.