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Una persona aislada necesita la correspondencia como medio de ver sus ideas como las ven los demás, y protegerse así contra los dogmatismos y extravagancias de la especulación solitaria y no corregida. Ningún hombre puede aprender a razonar y a valorar por la mera lectura de los escritos de otros. Si no vive en el mundo, donde puede observar al público de primera mano y ser dirigido hacia la realidad sólida por la fuerza de la conversación y el debate hablado, entonces debe agudizar su discriminación y regular su equilibrio perceptivo mediante un intercambio equivalente de ideas en forma epistolar.