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Su afecto por él era ahora el aliento y la vida del ser de Tess; la envolvía como una fotosfera, la irradiaba hasta hacerla olvidar sus penas pasadas, manteniendo alejados a los sombríos espectros que persistirían en sus intentos de tocarla: la duda, el miedo, el mal humor, la preocupación, la vergüenza. Sabía que aguardaban como lobos justo fuera de la luz que la circunscribía, pero tenía largas rachas de poder para mantenerlos allí sometidos hambrientamente.