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El sol te ha bendecido", solía decir Sarita. "Mira cómo ha dejado sus besos en tu cara para que todos los vean y sientan envidia". "El sol te quiere más", le decía yo frotando mis manos sobre sus brazos secos, del color de una calabaza de vino envejecida, y ella se reía. Pero esto no es la India y aquí no nos aprecian por nuestras pecas. Al sol no se le permite mostrar su amor.