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  • Mantenía los dedos de la mano izquierda cruzados todo el tiempo, mientras que con los de la derecha contaba cualquier cosa -pasos hasta la nevera, segundos en el reloj, palabras de una frase- para mantener la cabeza ocupada. Contar me parecía algo a lo que aferrarme, como si encontrar los números correctos pudiera descifrar de algún modo el código de cualquier sistema que dirigiera el escurridizo universo en el que nos movíamos.