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Siempre que me encuentro con la boca malhumorada; siempre que es un noviembre húmedo y lloviznoso en mi alma; siempre que me encuentro parando involuntariamente delante de los almacenes de ataúdes y yendo a la retaguardia de todos los funerales que me encuentro; y especialmente siempre que mis hipos me dominan de tal manera que se requiere un fuerte principio moral para evitar que salga deliberadamente a la calle y golpee metódicamente los sombreros de la gente - entonces, considero que ya es hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda.