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Eric me cogía de las manos y yo le clavaba las uñas como si estuviéramos haciendo otra cosa. No le importará, pensé, al darme cuenta de que había sacado sangre. Y efectivamente, no le importó. "Suéltame", me aconsejó, y aflojé el agarre de sus manos. "No, de mí no", dijo sonriendo. "Puedes agarrarte a mí todo el tiempo que quieras.