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Una ráfaga de frío le golpeó y se rió del escozor mientras salía al exterior, contemplaba el cielo nocturno y bebía profundamente. Qué buen mentiroso era. Tan bueno. Todos pensaban que estaba bien porque había camuflado sus pequeños problemas. Llevaba un gorro Sox para ocultar el tic del ojo. Programó su reloj de pulsera para que sonara cada media hora para vencer el sueño. Comía aunque no estaba enfadado. Se reía aunque nada le hacía gracia. Y siempre había fumado como una chimenea.