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  • Allí estábamos, niños dementes que se paseaban con ropas que nadie había llevado nunca, hablando como nadie había hablado jamás, jurando amor con pelucas y coplas rimadas, matándonos unos a otros con espadas de madera, lanzando huecas protestas de fe tras vacías promesas de venganza, y cada gesto, cada pose, desvaneciéndose en el delgado aire despoblado. Rescatamos nuestra dignidad a las nubes, y los pájaros incomprendidos escucharon. ¡¿No lo ves?! Somos actores, ¡lo contrario de las personas!

    Tom Stoppard (2007). “Rosencrantz and Guildenstern Are Dead”, p.63, Grove/Atlantic, Inc.