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Para el superviviente que decide testificar, está claro: su deber es dar testimonio por los muertos y por los vivos. No tiene derecho a privar a las generaciones futuras de un pasado que pertenece a nuestra memoria colectiva. Olvidar no sólo sería peligroso, sino ofensivo; olvidar a los muertos equivaldría a matarlos por segunda vez.