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Estoy más convencido que nunca de que no fue la espada lo que ganó un lugar para el Islam en aquellos días. Fue la rígida simplicidad, la absoluta abnegación de Hussein, el escrupuloso respeto por las promesas, su intensa devoción a sus amigos y seguidores y su intrepidez, su intrepidez, su absoluta confianza en Dios y en su propia misión. Éstos, y no la espada, llevaron todo por delante y superaron todos los obstáculos.