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¡Querido nombre fatal! Descansa siempre sin revelar, Ni pases estos labios en santo silencio sellado. Escóndelo, corazón mío, dentro de ese estrecho disfraz, donde, mezclada con los dioses, yace su idea amada: No lo escribas, mano mía, el nombre aparece ya escrito, lávalo, lágrimas mías. En vano la perdida Eloísa llora y reza, Su corazón aún dicta, y su mano obedece.