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Siento con cierta pasión que lo que realmente somos es privado, y casi infinitamente complejo, y ambiguo, y tanto externo como interno, y de doble o triple o múltiple naturaleza, y en gran medida misterioso incluso para nosotros mismos; y además que lo que somos es sólo una parte de nosotros, porque la identidad, a diferencia de la "identidad", debe incluir lo que hacemos. Y creo que verse a uno mismo y a todos los aspectos de esta complejidad reducidos en la mente pública a una propiedad que aparentemente subsume todas las demás ("gay", "negro", "musulmán", lo que sea) es ser víctima de una extraordinaria vulgaridad intelectual.