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La literatura duplica la experiencia de vivir de un modo que ninguna otra cosa puede, metiéndote tan de lleno en otra vida que temporalmente olvidas que tienes una propia. Por eso la lees, e incluso puedes quedarte en la cama hasta el amanecer, trastocando tu mañana, simplemente para saber qué les pasa a unas personas que, lo sabes perfectamente, son inventadas.