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  • ¿Y no es tuyo el mundo entero? Pues cuántas veces le prendiste fuego con tu amor y lo viste arder y consumirse y, en secreto, lo sustituiste por otro mundo mientras todos dormían. Te sentías en tan completa armonía con Dios, cuando cada mañana le pedías una tierra nueva, para que todos los que había hecho pudieran tener su turno. Pensaste que sería mezquino salvarlas y repararlas; las consumiste y extendiste tus manos, una y otra vez, por más mundo. Porque tu amor era igual a todo.