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He visto llegar la primavera al huerto todos los años desde que tengo uso de razón y nunca me he cansado de ello. ¡Oh, qué maravilla! ¡La escandalosa belleza! Dios no tuvo que darnos cerezos en flor. No tenía que hacer que los manzanos y los melocotoneros estallaran en flores y fragancia. Pero a Dios le encanta derrochar. Nos da toda esta magnificencia y luego, por si fuera poco, nos da frutos de tanta extravagancia.