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Y empezó a ver la verdad, que Ged no había perdido ni ganado, sino que, nombrando la sombra de su muerte con su propio nombre, se había hecho entero: un hombre que, conociendo todo su verdadero ser, no puede ser utilizado ni poseído por ningún poder que no sea él mismo, y cuya vida, por tanto, se vive por la vida y nunca al servicio de la ruina, o del dolor, o del odio, o de la oscuridad.