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No era buena al teléfono. Necesitaba la cara, el dibujo de los ojos, la nariz, la boca temblorosa... La gente que hablaba estaba hecha para mirar a la cara, la desastrosa magdalena de la misma, el escondite del corazón corriendo a través. Con un teléfono, decías palabras, pero nunca las veías entrar. Los veías partir en el aeropuerto, pero nunca sabías si había alguien allí para saludarlos cuando bajaban del avión.