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Los padres rara vez dejan ir a sus hijos, por lo que los hijos los dejan ir a ellos. Siguen adelante. Se alejan. Los momentos que solían definirlos -la aprobación de una madre, el asentimiento de un padre- quedan cubiertos por momentos de sus propios logros. No es hasta mucho más tarde, cuando la piel se hunde y el corazón se debilita, cuando los niños comprenden que sus historias y todos sus logros se asientan sobre las historias de sus madres y padres, piedras sobre piedras, bajo las aguas de sus vidas.