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Pensó que era de la soledad de lo que trataba de escapar y no de sí mismo. Pero la calle seguía su curso: felina, un lugar era igual a otro para él. Pero en ninguno podía estar tranquilo. Pero la calle corría en sus estados de ánimo y fases, siempre vacía: podría haberse visto a sí mismo como en innumerables avatares, en silencio, condenado con el movimiento, impulsado por el coraje de la desesperación marcada y espoleada; por la desesperación del coraje cuyas oportunidades tenían que ser marcadas y espoleadas.