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Cuando se cocinan alimentos tan vivos como éstos -frutos, hojas y carne, magníficos y semipreciosos- no se corre el riesgo de confundirlos con una mercancía, un combustible o un conjunto de nutrientes químicos. No, a los ojos del cocinero o del jardinero... este alimento se revela como lo que es: no una mera cosa, sino una red de relaciones entre un gran número de seres vivos, algunos de ellos humanos, otros no, pero cada uno de ellos dependiente de los demás, y todos ellos, en última instancia, enraizados en la tierra y alimentados por la luz del sol.